Y más si hablamos de una motocicleta de 30 años, una BMW R45. Siempre surge alguna pega u otra, y lo asumes, no creas, lo asumes porque no hay más remedio, lo que sucede es que cuando llevas ya un dinerillo gastado, algúna salida malograda, horas de grúa y algún susto, te planteas el hecho de prenderle fuego.
Me gusta mi motocicleta, mucho, la verdad es que es un objeto que me permite estar conmigo mismo y disfrutar de una serie de sensaciones que no se pueden vivir de otra manera que no sea sobre una moto, o sobre un avión. Es algo casi romántico, el concepto…
Otra cuestión que permite la moto es el contacto humano, si, la soledad por un lado y el contacto humano por otro; dos caras de una misma moneda. Cuando contactas con personas que de algun modo buscan lo mismo, se habla de motos, de carreras, de indumentaria… pero también de la vida, que es lo realmente importante.
Se ponen de manifiesto en esas reuniones de «moteros», y en esos momentos, el valor de cada uno, y como en todos los colectivos, algunos pocos valen mucho, otros no tanto y otros menos pero todos valen. Ojo, no por su valor, sino por la afinidad que puedan tener con uno mismo. No juzgamos a nadie, Dios nos libre.
La última «quedada» ha sido Halloween en Benidorm, algo magnífico, con una ruta llena de curvas, salida nocturna, Rock & Roll, comida, baño. Y lo más importante, dos cosas: los amigos y la vuelta a casa.
Y aquí el título, entre todo esto, rotura de uno de los cojinetes de la rueda trasera cuando la semana anterior ya estuve en el taller por un problema de estanqueidad.
Grito de guerra 